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Friday, July 22, 2011

LA RESURRECCION DEL ALERCE















LA RESURRECCION DEL ALERCE

Somos supersticiosos. Pedimos milagros. Nos inventamos símbolos y con ellos vivimos.

Un hombre en el Extremo Norte busca una salida para su sensibilidad no destruida, no envenenada tras sus largos años en Kolimá. Y manda por correo aéreo un paquete: no libros ni fotografías, sino una rama de alerce, una rama muerta de naturaleza viva.

(…)

Cuántos años, zarandeado por los vientos, por las heladas, girando tras el correr del sol, el alerce, cada primavera, había extendido hacia el cielo sus jóvenes hojas verdes.

¿Cuántos años?.Cien. Doscientos. Seiscientos. El alerce de Daúr alcanza la edad adulta a los trescientos años.

(…)

El alerce trocó las escalas del tiempo, echó en cara al hombre su desmemoria, le recordó lo inolvidable.

(…)

El alerce respiraba en la casa moscovita para traer a la memoria de los hombres su deber de hombres, para que los hombres no olvidaran los millones de cadáveres, los millones de hombres caídos en Kolimá.

El débil e insistente olor era la voz de los muertos.
Y era justamente en nombre de estos difuntos que el alerce se atrevía a respirar, hablar, vivir.
Para aquella resurrección hacía falta fuerza y fe. No bastaba con meter la rama en el agua, ni mucho menos. Yo también puse un día una rama de alerce en agua: la rama se secó, se convirtió en algo inanimado, se hizo frágil y quebradiza, la vida la abandonó. La rama se marchó a la nada, no resucitó. Pero el alerce en la casa del poeta revivió en un bote con agua.

(…)

El alerce es el árbol de Kolimá, el árbol de los campos de concentración.

(…)

Solo el alerce invade los bosques con su vago olor a trementina. Al principio se diría que se trata de un olor a descomposición, de un olor a muerto. Pero si uno presta atención, si inspira hondamente este olor, comprenderá que es el olor de la vida, el olor de la resistencia al Norte, el olor de la victoria.

(…)

No, el alerce no es un árbol bueno para la romanza, sobre esta rama no hay modo de cantar, de componer una romanza.Aquí las palabras tienen otra hondura, calan en otras profundidades de los sentimientos humanos.

(…)

Mandar la recia y flexible rama a Moscú.

Al enviar la rama el hombre no comprendía, no sabía, no pensaba que en Moscú le iban a devolver la vida a la rama y que esta, resucitada, olería a Kolimá, florecería en una calle de Moscú, que el alerce mostraría su fuerza, su inmortalidad-pues los seiscientos años que vive el alerce son para el hombre prácticamente la inmortalidad-, que alguien en Moscú tocaría con sus manos la rugosa , sufrida y recia rama, la miraría, vería su verde cegador, su resurgimiento, su resurrección, e iría a inspirar su olor no como el recuerdo del pasado, sino como una nueva vida.

1966

(Varlam Shalámov, Relatos de Kolimá, Volumen IV, traducción de Ricardo San Vicente)

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